De verdad. Hace mucho que no me sentía tan realizado.
He de dar gracias a mi empresa que me ha liberado de la carga de trabajar por un estipendio y me ha permitido disfrutar de las labores caseras cotidianas.
¡Como disfruto asesinando esas bolitas de pelusa que forma la tarima flotante! ¡Que exasperación me produce verlas cuando me muevo de allá para acá! Las veo al contraluz. Las veo crecer. Acechan mis movimientos y me persiguen. Persiguen la estela que creo al desplazarme por la habitación. Corren a refugiarse debajo de la cama cuando muevo la colcha. Pero un día llego con el aspirador. Inserto el tubo en la boca de aspiración. Pongo la posición "Suelo duro" y ¡aspiro! Aspiro sin piedad. Las veo desaparecer en precipitada carrera al interior del aspirador. Algunas corren desesperadas, intentan llegar llegar a la "Convención de Pelusas" que hay debajo de la cama. Pero no saben de mi astucia. Se que me esperan allí, aterradas. Y yo, me agacho y las persigo y una tras otras inician su vuelo fatal. ¡Que satisfacción!
Mas tarde mis pensamientos se dirigen hacia otra parte de la casa: el cuarto de plancha. Cuando entro, veo aquellos trapos informes en desorden orgiastico. Trapos de cocina se unen en lascivo lazo a mis calzoncillos. Mi kimono está enterrado entre preciosas sábanas de colores. Las camisetas se han retorcido con espasmos de lujuria... Pero ahí estoy yo, mirándolos, examinando su arrugada piel. Y entonces, como el temible Dios de los trapos, comienzo la selección: a ti te plancho y a ti no. ¡Y comienza la titánica labor de poner llanura allá donde había montañas y valles! El martillo de Thor no es nada en comparación a la máquina infernal que está en mi mano. Nubes de vapor se elevan tras el choque entre trapo y ella, siempre vencedora de tan sin igual lid. El poder de mi máquina es absoluto. Brutal con el más áspero andrajo. Delicado con el suave tisú. Y, mientras, me invade esa sensación de poder absoluto. ¡Por fin decido sobre la vida de otros seres! Aunque inertes, moldeo a mi antojo su destino, hago con mis manos aquello que quiero con sus miserables despojos. ¡Soy por fin omnímodo! Y comienzo a reír, y comienzo a gozar. Y ya no hay sensación parecida en este mundo. Ya no hay felicidad, ni alegría, ni orgasmo comparable a la acción de planchar. ¡Y tiemblo pensando que el ciclo es eterno! Que en poco tiempo estos miserables seres estarán a mi merced, que volveré a hacer de ellos lo que mande mi juicio. Y sobre todo, que sere de nuevo feliz. Si, ¡feliz!. Porque planchar es un acto que aproxima al humano mortal a la calidad de dios. ¡Y yo quiero ser dios y planchar el destino de la humanidad!
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